martes, 26 de mayo de 2009

De la Familia Revolucionaria a la Orfandad Cainita

Por: Federico Muggeburg
lunes, 25 de mayo de 2009


El viejo sistema político controlado por el núcleo autoritario denominado por Plutarco Elías Calles como la “familia revolucionaria”, se instaló en el poder después de los 15 años de las guerras civiles sucesivas entre caciques y caudillos que transcurrieron desde el asesinato de Francisco I. Madero hasta el de Álvaro Obregón, y costaron al país más de un millón de muertos.

Este océano de sangre fue el fermento que les justificó establecer las llamadas “reglas no escritas”, que al margen de la Constitución proclamada en 1917, permitieron a dicho grupo político permanecer en el poder durante 72 años consecutivos.

Desde luego que las reglas se fueron afinando con el paso del tiempo, pero también algunas de ellas se volvieron un incómodo corsé, que al iniciarse la globalización, dificultaron mucho su aplicación y vigencia.

Cualquier sistema político cerrado estaba impedido para participar con los criterios y condiciones de apertura que la era de la globalización exigía. Difícilmente se puede tener un sistema económico abierto con un sistema político cerrado, y viceversa… aunque es posible, como hoy se puede apreciar en el caso de China.

El viejo sistema del priato se caracterizó por ser autoritario en lo político, a eso le llamaron “democracia dirigida”; intervencionista en lo económico, a lo que llamaron “economía mixta”; y profundamente corrupto en lo jurídico.

El gran elemento de amalgama para el funcionamiento de todo el sistema, se estableció con la “corrupción impune” que se inició con los “cañonazos de 50 mil pesos oro” que lanzaba Obregón a los generales que evidenciaban la “imposibilidad de resistirlos”.

Culminó con la mecánica “del diez por ciento” por la obtención de cualquier tipo de contrato gubernamental, gestionado por los allegados de la figura presidencial, del gobernador y del presidente municipal, además de otra variedad de “gestores” en el ámbito de los poderes legislativo y judicial, y prácticamente en todos los rincones de la administración pública nacional.

Todo personaje con algún poder dentro del sistema, manejaba las “tarifas de gestión” o el “intercambio de favores”, ya fuera en las ventanillas de autorización de simples trámites, o en los jugosos contratos de obra pública; en la operación del presente o proyectado hacia el futuro, cada vez más hipotecado por el altísimo incremento en el costo de la corrupción.

Dicha mecánica había ido funcionando con los quehaceres normales de la economía, constriñendo a la industria, el comercio y los servicios, que luego se potenció geométricamente a partir de las actividades delictivas como el narcotráfico, el contrabando y el secuestro, mismas que empezaron a ser objeto de “administración” por medio de “controles superiores”, que luego magnificaron la corrupción.

Varios testimonios actuales nos permiten constatar de forma inequívoca el altísimo nivel de podredumbre extrema económica y moral, al que se llegó. Basta leer el “testimonio” en el libro “Derecho de Réplica”, de Carlos Ahumada, así como lo que se desprende del libro “El Despojo”, de Roberto Madrazo, pero más claramente por las declaraciones del ex presidente Miguel De la Madrid, con relación a su sucesor en la presidencia, Carlos Salinas de Gortari y sus hermanos Raúl y Enrique.

La corrupción exhibida en estos testimonios directos revelan lo que, de alguna manera, se conocía en la sociedad mexicana desde hace muchos años, pero que ahora, por boca directa de los actores, se confirma. Los esfuerzos por tratar de relativizar las declaraciones del ex presidente no cambian en nada lo substancial de la denuncia inicial.

Es de esperarse, por ejemplo, en el caso del libro de Ahumada, que alguien se anime a explicar las razones verdaderas del viaje de dicha familia, desde Argentina hasta México, debido a que el padre del firmante del libro, era el administrador financiero del movimiento guerrillero llamado “Montoneros”, para poder conocer a cambio de qué “favores” se les recibió como “refugiados”, y también entender el origen de la “fortuna políticamente administrada”.

Han habido otras denuncias valiosas, no por muchos conocidas, por ejemplo el libro “El furor y el delirio, itinerario de un hijo de la Revolución Cubana”, de Jorge Masetti, de Tusquet Editores, 1999, en el que su autor, hijo del fundador de “Prensa Latina” (la agencia noticiosa comunista en América Latina), describe en qué consistía lo que llama “bandidaje revolucionario”: robos, asaltos a bancos, y secuestros que contaban con la protección de la “Secretaría de Gobernación” en México, para lograr el objetivo urgente en aquel momento: ¡dólares para Fidel Castro!

A medida que la “familia revolucionaria” creció, se formaron ramas diversas que se volvieron inconciliables y empezaron a violar sus propias “reglas no escritas”, habiendo sido el primero que lo hizo Luis Echeverría. El asesinato de Luis Donaldo Colosio evidenció la completa ruptura y el regreso a los tiempos iniciales, anteriores al gran “pacto” de los caudillos revolucionarios.

El priato de la “familia revolucionaria” funcionó con base en la corrupción, desde el asesinato de Obregón hasta el de Colosio. Después, sólo se desvaneció y se desintegró, dando paso a la aparición de la “orfandad de cainitas”, que ahora acostumbran matarse política y algunas veces físicamente. Eso es lo que estamos viendo con los últimos acontecimientos de las semanas pasadas y lo que quizá todavía esté por venir.


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